domingo, 29 de agosto de 2021

Conversatorio en Biblioteca Departamental - Tamalameque, un pueblo conta...

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jueves, 28 de abril de 2011

LA NOCHE DE LOS MIL ARCO IRIS

Posted by Diógenes Armando Pino Ávila 9:23, under | No comments

Por: Diógenes Armando Pino Ávila
A mis nietos. Porque hacen posible, que a mis
años, todavía tenga sueños de niño.

Sentado en un taburete el anciano escucha el intimidante rugido del río. Está inquieto. Mira con ternura a su nieta, que inocente se columpia en el chinchorro. Pensativo toma a pequeños sorbos el humeante café que le trajo su mujer. Con el sombrero se abanica, trata de desprender de su cansado cuerpo el sofocó del sol recibido en la jornada de la tarde. Mira fijamente hacia la muralla que se perfila desde la ventana. La bestia se precipita desbocada detrás de la muralla que bordea al pueblo y que hace de muro de contención para que su desbordada corriente no arrase al mísero poblado. La niña detiene su columpiar, inquieta también, escucha el rugido amenazador, corre y se refugia en las piernas del anciano.

«¿Abuelo, qué pasa si se rompe la muralla?» pregunta la niña llena de aprehensión. El anciano siente que su cansado corazón se encoge de temor y un viento helado recorre su cuerpo. Trata de poner en sus pálidos labios una sonrisa para tranquilizar a la niña, incapaz de mentir a su nieta, disimulando su preocupación dice «Se inunda el pueblo» el eco de sus palabras lo escucha lejano, extraño, como si otro y no él hubiera pronunciado las palabras, siente en lo más íntimo de su ser la responsabilidad de la especie, el deseo imperioso de preservar sus genes, el impulso primario de salvaguardar, si no la manada, sí sus crías. La niña entrecerrando los ojos, posa su mirada en la muralla y con voz débil inquiere «¿Y nos ahogamos?» El anciano suelta el sombrero y acaricia en forma protectora los rizos de su nieta, y con la mirada perdida en la lejanía responde «No. Yo te sacaría nadando hacia la parte alta» Repasa mentalmente el plan de evacuación que hace dos noches se trazó en secreto, previendo una catástrofe. La niña suspira aliviada, sonríe ante la respuesta del abuelo, pero luego su mirada se ensombrece «¿Y los demás niños?» inquiere angustiada. El anciano siente que sus manos sudan, se dilata las aletas de su nariz y su corazón cansado se arruga como un fuelle. «Sus papás los salvarán» contesta con poca convicción.
«¿Abuelo, qué podemos hacer para que el pueblo no se inunde?» El abuelo levanta la cabeza, mira el techo de palma del rancho donde vive. Observa las telarañas que cubren el caballete, se entretiene viendo el columpiar divertido de una araña tejedora, –toma tiempo para responder – sorbe distraídamente el poco café que queda en su taza, husmea en su interior, tratando de desentrañar los designios del río en las figuras caprichosas que formaban los sedimentos del café. Mira la faz morena de su nieta, contempla su inocente mirada, y toma la decisión inaplazable de contar una historia que no tiene, el único camino, inventarla mientras la cuenta.
*********
«”Había un pueblo parecido al nuestro, donde todos sus habitantes eran felices, gobernaba un rey bueno, que quería a los niños y por eso hizo una muralla alrededor del poblado, para que el río no lo inundara y los niños no se ahogaran. De ahí en adelante, todos los reyes que llegaban, se preocupaban por reforzarla para que no se rompiera. Pero, un día subió al trono un rey malo y mentiroso que no hacía nada por la población, ni por sus gentes, tampoco se preocupaba por la muralla. La gente vivía inquieta por esta actitud, y todos los días, los pobladores le clamaban que arreglara y reforzara la muralla, y como siempre, él decía que sí, pero no lo hacía. Esta situación se prolongó por años, hasta que en un invierno, el río aumentó su caudal, más que otros años, poniendo en peligro la población. El agua empezó a desbordar la muralla, y la amenaza era tal, que los moradores asustados, acordaron que esa noche, los adultos no durmieran, para que montaran guardia en los sitios críticos, portando unos enormes silbatos, que harían sonar como alarmas, si la situación se salía de control.”»

Esa noche, un niño humilde y bueno llamado Miguel, no quiso tomar los alimentos. Su madre por más que insistió para que comiera no pudo convencerlo. El niño se acostó con hambre. Secretamente sabía, que si se acostaba sin comer, soñaría con su hada Madrina, y en su sueño podía pedirle cualquier deseo, y ella se lo cumpliría. Esa noche soñó con su hada, ésta se le apareció en su sueño, vestida con un traje de cristal reluciente, adornado con luceros y estrellas y caracoles marinos. «¿Cuál es tu deseo?» le dijo el hada, y el inmediatamente respondió sin ninguna duda: «Que mi pueblo no se inunde» El hada sospesó el pedido y moviendo negativamente su rubia cabeza le dijo: «Mis poderes no pueden contra las aguas del río, no te puedo ayuda» Lleno de desconcierto Miguel le respondió con decisión: «Entonces, dame poder para hacerlo yo!» Ella levantó sus ojos al cielo, escrutó las estrellas por largo rato, después un poco pensativa mirando a Miguel le dijo: «Sólo hay una cosa que puedes hacer» y guardó silencio. <<¿Cuál?>> apremió el niño con impaciencia. El hada se tomó su tiempo, sacó un peine de oro, con incrustaciones de zafiro, alargó el brazo, alcanzó la luna y como si fuera un espejo, se miró la cara en ella, se peinó su dorada cabellera mientras pensaba. Luego dando un suspiro, con voz cómplice, le dijo al oído: «Todo niño tiene un ángel y cada ángel tiene un arco iris, he ahí la solución» Miguel perplejo comentó «No entiendo» Entonces el hada sonriente le explicó «El arco iris bebe agua de los ríos, pídele a tu ángel que mande a su arco iris que se tome el agua del río, para que baje el nivel y no inunde al poblado» Miguel radiante de felicidad dijo «Gracias, llamaré a mi ángel, para que llame a su arco iris y este se tome el agua del río».

Miguel llamó a su ángel y le explicó el plan, el ángel aceptó, y a su vez llamó a su arco iris, y le pidió que tomara la mayor cantidad de agua que pudiera, para que el río no inundara al pueblo. El arco iris se puso en la tarea, tomó… tomó… y tomó agua, y su cuerpo de colores se empezó a engordar y se puso enorme, pero el agua del río no bajaba su nivel. «Yo solo no puedo tomarme toda esta agua, necesito ayuda» dijo el arcoíris a su ángel. El ángel buscó a Miguel por todos los vericuetos del sueño hasta encontrarlo y le dijo: «Mi arcoíris no pudo tomarse toda el agua, pregúntale a tu hada, ¿qué podemos hacer?, un solo arco iris, no puede con toda el agua del río» Miguel llamó de nuevo a su hada, y le comentó lo que había pasado «Hada Madrina, ¿qué hago? El arco iris de mi ángel, no puede tomar el agua necesaria, para que el río baje de nivel» el hada mostró sus relucientes dientes en una sonrisa de bondad «Haré que todos los niños del pueblo sueñen y vengan a tu sueño, –dijo el hada pensativa –lo demás lo haces tú»

Enseguida, empezaron a llegar niños… y niños… y niños, y más niños, todos los niños del pueblo, hasta reunirse mil niños que soñaban el mismo sueño. Entonces Miguel frente a ellos dijo: «Todo niño tiene un ángel, y cada ángel tiene un arco iris, y los arco iris beben agua, ayúdenme a salvar al pueblo» no comprendieron sus palabras: «¿Cómo lo podemos hacer?» –contestaron en coro los mil niños. Miguel les aclaró «Pídanle a sus ángeles que traigan sus arcoíris y que estos beban al mismo tiempo agua del río, para que el nivel del agua baje y no nos inunde»

Los niños asintieron y llamaron a sus ángeles, le pidieron que cada uno trajera su arco iris y estos los trajeron. Luego fueron a la muralla, y los mil arco iris, al mismo tiempo, comenzaron a beber el agua del río, y el río bajó su nivel, por lo cual, el pueblo no se inundó. Cuentan los niños de ese pueblo, que esa fue la noche más hermosa de sus vidas, pues en una noche, y al mismo tiempo, vieron el cielo adornado con mil arco iris, y la noche era azul, y roja, y verde, y amarilla, y de mil tonalidades, y de mil colores »
********

«¿Y que pasó con el rey malo ? – Dijo la nieta »
«Ah!, –suspiró el abuelo –el rey y su corte, huyeron para siempre, asustados de ver tanta luz y tantos colores, porque los malos, le huyen a la bondad de Dios»

Terminada la narración la niña se durmió, el abuelo la acostó en el chinchorro y también decidió dormir, sin embargo no comió esa noche para poder soñar y llamar a su ángel por si acaso.



martes, 10 de agosto de 2010

LAS TRES PIEDRAS MÁGICAS DE ANTONIA

Posted by Diógenes Armando Pino Ávila 8:45, under | 3 comments

Por Diógenes Armando Pino Avila

Fue a comienzos de diciembre, cuando llegó mi hermana. Ella trabajaba de enfermera en el hospital de un pueblo cercano al nuestro. Llegó de descanso por cuatro días. Con ella trajo a Antonia, una negra esbelta de escasos 15 años de edad.

La presencia de Antonia en la casa, desde un comienzo me perturbó. Era de espigada estatura. Sus labios eran carnosos y rosados y resguardaban unos dientes blancos, que en todo momento mostraban una sonrisa alegre. Su vestido estampado en flores rojas, parecía que fuera dos tallas menos para su cuerpo, ya que sus turgentes senos, querían romperlo, reclamando una libertad que yo esperaba celebrar.

Cuando llegó Antonia yo tenía 12 años de edad y una inocencia total en cosas de sexo y del amor, pero desde que la vi por primera vez, sentí que un volcán empezaba a rugir en mi pecho y una tempestad de sentimientos, hasta ahora, desconocidos comenzaron a acompañar mis sueños.

Mi hermana comentó que Antonia se había ennoviado con el capataz de la finca donde trabajaba su mamá y que este contaba con esposa y cinco hijos. La mamá de Antonia le pidió que se la trajera hasta que fuera necesario. Tenían que alejarla de ese ambiente y esperar que se le pasara el enamoramiento. Por eso Antonia vivirá en la casa ayudando en las labores domésticas y por las tardes asistiendo a la escuela a terminar la primaria.

Antonia se ganó el cariño y la simpatía de mis tías abuelas, la de mi mamá y la de mis hermanas y de mi se ganó todo: mi afecto, mi corazón, mis sueños e ilusiones. Enseguida entró a formar parte de la familia y todos cariñosamente pasamos a llamarle Toña, era como si hubiera vivido con nosotros toda la vida. Ella alborotaba la casa con su risa franca, contagiando a todos de su sana alegría. Se volvió imprescindible, Toña acompañaba a mamá a hacer las compras y compartía con mis demás hermanas los quehaceres de la casa,

Toña entraba temprano a mi cuarto, me tironeaba cariñosamente por un pié para despertarme y se sentaba en mi cama a masajearme la espalda, para según ella, quitarme la pereza mañanera. Sus masajes y sus palabras me despabilaban, a tal puno que todo el día estaba lleno de una energía y actividad inusual.

Una mañana, después de masajearme, me preguntó: “¿Sabes guardar secretos?”.

−Si! −me apresuré a contestar.

−¿Seguro que si te digo algo, no se lo dirás a nadie? –insistió con voz queda y misteriosa.

−¡No, no se lo diré a nadie—dije con seriedad− Lo juro!

Metió su mano dentro de su escote y sacó un pequeño pañuelo anudado y con voz teatral me dijo:

−¡Guárdame esto, por favor. No se lo muestres ni se lo comentes a nadie!

−¿Puedo ver lo que contiene?—dije tomándolo.

−Si. –contestó y salió de mi cuarto.

Cerré la puerta, desanudé el pañuelo, dentro de él había tres piedrecillas de río, del tamaño de una canica. Eran blancas y lisas. Nada extraordinario. Las contemplé por largo rato, tratando de desentrañar el misterio sin poder lograrlo. Las oculté en el fondo de una gaveta de mi mesa de noche y las cubrí con el desorden de cosas raras que coleccionaba.

Ese día, después de la cena, cuando todos pasaron al aposento a rezar el rosario, se acercó y me dijo con voz cómplice:

−Esta noche no le pongas seguro a la puerta de tu cuarto. Te voy a visitar para contarte el secreto de las tres piedras. —Me dijo y entró a rezar con mis hermanas.

Esa noche me acosté como de costumbre, pero la inquietud no dejaba conciliar el sueño, leí mis textos escolares hasta aprender de memoria los temas del día siguiente. Miré el reloj, eran las doce de la noche. Apagué la lámpara y me quedé dormido.

No sé qué hora era cuando la sentí acomodarse a mi lado, me abrazó con ternura y besó mi nuca. Me volví hacia ella y me abrazó ardorosamente, recostando su esbelto cuerpo contra el mío. Me puso un dedo sobre los labios, pidiendo que me callara y comenzó a contarme la historia de las tres piedras.

“Un día, caminando sola por la orilla del río que cruzaba la finca donde vivía, se me apareció un niño muy parecido a ti, y me dijo: Un duende te persigue, busca tres piedras blancas, las anudas en tu pañuelo, las guardas entre tus senos o se las das a guardar a la persona en que más confíes y el duende no te hará daño. Desde entonces, dijo, tengo en mi poder las tres piedras, pero por temor a perderlas te las confiaré a ti. El problema es que tengo que tocarlas por lo menos una vez todas las noches, para que no pierdan el poder. Por tanto te pido, no le pongas seguro a la puerta de tu cuarto, que todas las noches vendré a tocarlas.”

Me besó en la frente, me apretó contra su cuerpo y me pidió que la abrazara, al rato me preguntó si no sentía calor, que ella se estaba sofocando. Tomó una cerilla y encendió una esperma. Se sentó en la cama y comenzó a desvestirse, hasta quedar completamente desnuda ante mí. Iluminada por la luz de la esperma, me mostraba unos pezones rebeldes que desafiantes apuntaban hacia mi cara. Su vientre plano brillaba bajo la tenue luz, sus largas piernas entre abiertas atraían mi vista, me deleité mirándola desde la punta de sus pies, hasta su hermosa cara morena. Si, parecía una princesa negra tallada artísticamente en ébano.

Se acostó a mi lado y comenzó a desnudarme, dándome besos por todo mi cuerpo, mientras su cuerpo se estremecía y se pegaba al mío. Sabiamente tocó mis partes íntimas. Se acaballó sobre mí, y comenzó un galope desenfrenado. Llevaba mis manos hacia sus senos, pidiéndome que los acariciara. No sé cuantos minutos u horas estuvimos galopando, solo sé que el galope terminó con una explosión de sensaciones, besos, quejidos y espasmos que me elevaron al cielo en un éxtasis nunca antes sentido. Acezante se acostó a mi lado, desfallecida, sin fuerza, callada, y nos quedamos dormidos. No se tampoco a qué horas salió de mi cuarto, cuando desperté ya no estaba.

De ahí en adelante, todas las noches, sin faltar ninguna, llegaba a ver sus piedras mágicas y renovar sus poderes contra el duende que le perseguía. Fue un año feliz para toda la familia, especialmente para mí. Fue un año completo que disfrutamos de la compañía de Toña, pero un día, sin avisarnos, se fue para su pueblo y nunca más volví a saber de ella. Todavía duermo sin asegurar la puerta de mi cuarto y conservo sus piedras mágicas con la esperanza de que cualquier noche, se acueste a mi lado y llegue a renovar sus poderes.
San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Agosto 7 de 2010

domingo, 23 de mayo de 2010

Excretor

Posted by Diógenes Armando Pino Ávila 7:45, under | No comments

Por: Diógenes Armando Pino Ávila


Alcanzó a escribir relativamente bien, con fluidez y buen manejo del idioma, sus lectores le leían con avidez, se puede decir que esperaban sus escritos con ansiedad. Un día se le ocurrió leer sobre técnicas en el arte de escribir y comenzó a depurar su estilo, primero con moderación y después compulsivamente. Hoy sus antiguos lectores no le leen, nadie le lee. Sus escritos son leídos y releído por el mismo, luego los rompe y los reescribe buscando la pureza de su arte.

Valledupar Colombia 22 de mayo de 2010

domingo, 7 de marzo de 2010

El comienzo

Posted by Diógenes Armando Pino Ávila 6:57, under | 1 comment

Por: Diógenes Armando Pino Avila



Restregó contra la pernera de su pantalón la sudorosa mano que sostenía la pistola, se concentró en la espera.

–Ya debería haber pasado por aquí, se dijo, de todas maneras le quedan pocos minutos de vida.

Miró el arma que esgrimía y comprobó que efectivamente estaba cargada con el agua de la pileta y siguió esperando a su vecinito.

domingo, 14 de febrero de 2010

Cerrando el alma

Posted by Diógenes Armando Pino Ávila 12:45, under | No comments

Por: Diógenes Armando Pino Avila



Desde hace cincuenta años, todas las noches hace lo mismo, repite como un ritual religioso la rutina de asegurar las puertas y ventanas de su casa, corre cerrojos, aldabas, pestillos, cierra candados, y atraviesa trancas por todas la casa, luego sella con amasijos de papel periódico mojado todas las grietas y junturas desde la que el ojo ajeno pude espiar sus aposentos.


Comenzó su historia a los dieciocho años cuando tomó la decisión de cerrar su corazón a los hombres después del fracaso que tuvo al abrir su corazón y las piernas a su primer amor.
San Miguel de las Palmas de Tamalameque Colombia

viernes, 12 de febrero de 2010

Recordándo el futuro

Posted by Diógenes Armando Pino Ávila 11:07, under | No comments

Por: Diógenes Armando Pino Avila




En la noche de mañana, se puso a recordar su futuro, enseguida pudo intuir que su pasado debió ser muy trágico, movió la cabeza con pesar y siguió conduciendo su nave del tiempo.

San Miguel de las Palmas de Tamalameque - Colombia